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miércoles, 28 de noviembre de 2012

Parte 6. Capítulo 2 de mi novela.


-¡Mamá!- gritó más fuerte Marcos, tenía quince años.- ¡el niño está llorando!- Denise dio un grito lleno de resoplidos y se metió en la habitación contigua a la barra de la posada, donde su hijo menor la esperaba llorando desesperadamente para que lo atendieran de una vez.
-¿Denise?- entró el joven Miguel en la pequeña habitación poco después buscándola. La mujer estaba amamantando a su pequeño nerviosa, no podía pararse. La mujer estaba dispuesta a levantarse de donde estaba sentada.
-No hace falta que os levantéis.- la mujer se volvió a sentar con el hijo enganchado aún al pecho.- he venido a preguntaros si ha venido por aquí mi escudero con una joven.- Denise conocía a casi todo el mundo y Miguel y Lucas que frecuentaban el lugar no eran menos.
-Sí, una muchacha guapa la verdad. Se fueron antes de ayer, y creo recordar que hablaron acerca de su palacio señor.- el niño no se hartaba de mamar. -le dejé a la chica unas prendas mejores de la que llevaba de mis hijas. ¿Porqué lo preguntáis mi señor?- Denise era una mujer curiosa pero algo impertinente.
-Eso es cosa mía. Gracias Denise.- salió de la pequeña habitación.
La noche avanzó y todos bebieron hasta hartarse. Los jóvenes Alberto, Sid y Miguel fuero los últimos en irse a dormir. Junto a ellos se quedaron las doncellas Beatriz, Alba y la princesa Marina, que no le quitaba el ojo a su prometido. Todos en la posada dormían ya. El grupo de jóvenes estaba bastante ebrio. A Marina tuvieron que llevarla a su alcoba las doncellas que posteriormente, a duras penas volvieron a bajar al salón principal. Todos parecían salidos de una pelea. 
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Autor:Miguel García Campos

lunes, 26 de noviembre de 2012

Parte 5. Capítulo 2 de mi novela.


 El palacio se fue vaciando en el que solo quedaron los cinco consejeros y Juan. El viaje a Agunia había comenzado. No sabían lo que lady Mary podría decirles. Iban en busca de algo muy importante. Cómo una procesión, todos a caballo, fueron en ese gran grupo. Un viaje que duraría varios días. Tres tardes después de la salida, era 12 de noviembre, los nobles llegaron a El Paso. Entraron en la gran posada de Denise.
-Buenas tardes Denise.- la gente de toda la posada se arrodilló ante su rey. Le tenían miedo y a la vez respeto.-Estamos cansados. Danos las mejores alcobas que tengas, y atiende como corresponde a las damas y caballeros.-la miró desafiante.- Sé buena anfitriona.- La mujer, hizo lo que se le mandó y llamó a su hija Julia.
-Primero ve a llamar a Lisa, ¡corre!- Lisa era otra de sus hijas. Denise había sido muy prolífica. Uno a uno de los invitados provenientes de Brenel fueron entrando y subiendo al piso de arriba. Denise los acompañó y mandó a sus dos hijas a que los acomodaran e indicaran la alcoba de cada uno. Sería un buen negocio alojar a tantas personalidades pudientes en su posada.-¡Lisa!, ve a llamar a tu hermano mayor, necesito que me ayude en la cocina.- la niña no se movía, pensaba en otra cosa.-¡Corre, venga!- gritó su madre.
-¡Mamá!- chillaba Julia desde las escaleras.
-¿Qué quieres niña?, no me agobies por los dioses, ¡no doy abasto!- contestó Denise apurada.
-¡Necesitamos agua aquí arriba, hay muy poca y los señores quieren asearse!- indicó la adolescente casi presionada.
-¡Y la mierda de la niña!-gritó Denise. El hermano mayor, Marcos, entraba por la puerta.- ¡Marcos!, ¡ve a llamar a tu hermana mayor corre!- Denise estaba verdaderamente desesperada. Menos mal que tenía semejante cantidad de hijos.- Dile que venga a la cocina, ¡y tú a llevar cubos de agua a la chimenea a que se calienten y los subes!- Marcos no se inmutaba.- ¡Vamos hombre!- El movimiento que se había generado en la posada casi no era normal. Los hijos de Denise iban de arriba para abajo. Más de un cubo de agua se caía al suelo y quemaba a varios de los que frecuentaban el lugar. Acabaron yéndose la mayoría.
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Autor:Miguel García Campos

sábado, 24 de noviembre de 2012

Parte 4. Capítulo 2 de mi novela.


-¿La abuela?, ¿qué puede saber ella de todo esto?- preguntó intrigado su hijo.
-Tu abuela tiene ya muchos años, debería conocer, o al menos saber algo.- contestó Valdrada.
-Bueno, pues dicho esto, no hay más que decir, ¿no?- dijo Alberto.  Miró al rededor de la sala esperando el asentimiento de la gente. Todos afirmaron que había que consultar a lady Mary, la mujer más anciana del mundo. Ella había sido la anterior reina consorte a Valdrada, pero en cuanto murió el antiguo rey de Agunia decidió retirarse de la vida pública y establecerse entre su familia. Así, a sus ochenta y cuatro años de edad, conservaba una mente privilegiada y era conocida como la anciana del mundo por superar con diferencia la edad del resto de humanos hasta entonces conocidos.
Los señores comieron tranquilamente, y charlaron y planearon la salida hacia Agunia. Se acordó que irían a la misma: la nobleza perteneciente a Agunia, el propio Alberto con una escolta de tres guardias y Sid. También se decidió que los acompañaría Marina de Trájel.
-¿Para qué queréis que salgan del palacio mis sirvientas?- preguntó Alberto al rey Miguel.-No lo veo necesario.-
-Cuando una reina muere, es costumbre cambiar a sus doncellas y sirvientas. Deberíais saberlo, más que nada porque cuando os caséis, vuestra esposa elegirá a las suyas.- sugirió el rey de Agunia. -Por eso propongo trasladarlas a Agunia para que mi esposa las observe y decida.- Alberto se puso pensativo. No había pensado mucho en el tema de casarse, o de tener mujer alguna a su lado.-De todos modos mi hijo y la princesa Marina contraerán pronto matrimonio.-miró a su hijo y le sonrió. El joven Miguel no hizo mueca alguna. Marina sonreía de oreja a oreja.-Así que, si la propia princesa quiere, puede elegirlas como doncellas. Son jóvenes.- Bea y Alba se miraban incrédulas, no habían tenido en cuenta que ahora cambiarían de lugar, e incluso, ¡puede que de situación! Se ruborizaron, sus situación iba a cambiar.
-Está bien, si ellas quieren, pueden trasladarse. No creo que me case muy pronto.- Sonrió.- Así que, vamos, preparad el equipaje. Mañana por la mañana partiremos a Agunia.- Los nobles terminaron de comer y pasaron el resto del día descansando y compartiendo experiencias y hablando de temas de sus propios reinos.
Llegó la mañana de la partida. Alberto no volvería al menos en una semana. Las gentes estaban ajetreadas, iban de aquí para allá ultimando sus equipajes.
-Al fin sobrino, sois rey. Espero que volváis pronto con buenas noticias.- Juan despedía a Alberto que estaba ya sobre su caballo.-Tened en cuenta mi propuesta, y muchas suerte.-
-Gracias tío.- sonrió- Ahora debemos partir, tendré en cuenta vuestra propuesta, no lo dudéis.- espoleó a su caballo y dio el aviso de partida.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Parte 3. Capítulo 2 de mi novela.


-He aquí el mayor símbolo de poder que se pueda otorgar a un verdadero monarca. Tengo en mis manos la corona real de Brenel.- alzó la valiosa corona. La sala entera la contemplaba.- Alberto, hijo de Alberto III, nieto de Alberto II.-tras una breve pausa continuó.-Hoy, 8 de noviembre del año 192 de la Quinta Edad, y en nombre de la diosa Aenna, tengo el privilegio de nombraros nuevo monarca de nuestro reino.- Su tío Juan lo miraba orgulloso, confiaba bastante en que lo eligiera como Gran Consejero. Después de todo había organizado todos los preparativos de ese gran día. El sacerdote descendió la corona y la posó sobre la cabeza del joven.- Yo os nombro Alberto IV, rey de Brenel.- finalizó el anciano. Alberto derramó una lágrima. Se puso en pie y se dio la vuelta. Los ojos de los presentes se clavaban en él. Sonrió emocionado.
El almuerzo se desarrolló tranquilamente en la sala de la noche anterior. Ahora las gentes se agitaban un poco más, pues no sabían el secreto tan guardado que escondía el nuevo monarca de Brenel. Alberto, una vez sentados todos, habló:
-Bien, llegado a este punto, ahora que soy rey, puedo decidir en todos los aspectos del reino. En primer lugar, el motivo por el que he convocado a todos ustedes.- Las doncellas Alba y Bea lo miraban impacientes. Todos estaban muy curiosos.-Momentos antes de morir, mi madre mencionó algo acerca de algo que debo buscar.- Hizo una pausa.
-¿Qué cosa era?- preguntó Sid sorprendido.
-No terminó la frase, murió antes de acabarla.- contestó fulminantemente a su compañero.
-Demasiado sospechoso es eso, ¿dejar algo importante para el final?- Dijo el joven Miguel.- Tenemos que descubrir que está pasando aquí.-
-No te impacientes querido.-señaló Diana con aire de superioridad.-Todo a su tiempo.-
-Pues decidme qué cojones hacemos ahora.- dijo Bled.
-Es curioso, ¿qué más te dijo tu madre, Alberto?.- preguntó Juan a su sobrino. Las miradas fluían en la sala.
-Se levantó algo rara del trono, caminó hasta el centro de la sala diciendo que yo me convertiría en el nuevo rey. Después se paró en el centro y me dijo: "busca la..." y cayó al suelo.- conforme lo contaba se puso triste.-La verdad no se a que se pudo referir...- bajó la mirada.
-Aquí no averiguamos nada, y no podemos perder más tiempo. Sé de alguien que puede ayudarnos.- propuso el rey de Agunia. -Mi madre.- añadió al fin.
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Autor:Miguel García Campos


miércoles, 21 de noviembre de 2012

Parte 2. Capítulo 2 de mi novela.


Llegó el medio día. Era la hora de la coronación. Todos estaban en la capilla del gran palacio blanco. Al fondo de la sala, una figura femenina de piedra blanca presidía el entorno. Representaba a la diosa Aenna, la divinidad de la prosperidad económica y la fortuna. Delante de ella se hallaba el altar y a un lado el sacerdote que charlaba amigablemente con la reina Diana. La estancia se fue llenando de gente que ocupaban los asientos de piedra. El blanco imperaba por cada esquina, casi molestaba a la vista.
Tras la espera, en torno a las una del medio día Alberto entró en la sala santa. Portaba una gruesa capa blanca y caminaba seguro de sí mismo. Subió los escalones del altar. Había llegado el momento tan esperado. Todo el mundo lo miraba. Se puso algo nervioso.
-Ha llegado el momento.- le dijo su tío Juan al acercarse. Le colocó una mano sobre el hombro como muestra de confianza. El joven se tranquilizó algo. El tío bajó los escalones del altar, ahora solo estaban en lo más alto el sacerdote y Alberto, que se hincó de rodillas ante él.
-Oh Aenna, gran diosa de la fortuna y la prosperidad.-comenzó el sacerdote elevando sus manos ante la escultura de la divinidad.-Tú presides esta ceremonia, y sólo tú con tu grandiosidad y bondad dotarás de riquezas a este nuevo rey.-continuó el viejo santo. Los presentes en la sala seguían la ceremonia muy quietos.
-Esperemos que este rey sea mejor que sus padres.- susurró Beatriz a Alba sin que nadie la pudiera oír.-Quiero casarme de una vez Alba.- Se le notaba triste y algo desesperada. No estaba casada y siempre hacía lo mismo, al igual que su compañera. Las dos iban siempre juntas a todos los sitios y se contaban entre ellas sus secretos. Limpiar, servir, barrer, ayudar en la cocina... pero tiempo para sí mismas muy poco. Iban a cumplir dieciocho años y ambas esperaban que su nuevo rey las casara con buenos hombres que les dieran una familia de la que ocuparse.
-No te impacientes Bea.- apremió la otra doncella.-Tenemos que esperar un tiempo desde hoy, no podemos ser desconsideradas. Cuando pase un poco de tiempo, si el rey no nos dice nada, hablaremos con él.-hizo una breve pausa, Juan había llevado la grandiosa corona de oro y plata ante el sacerdote.- Te lo prometo.-añadió finalmente.
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Autor:Miguel García Campos

lunes, 19 de noviembre de 2012

Capítulo 2 de mi novela. Parte 1.


Llegó el día de la coronación. Fuera de palacio empezaron a formarse las primeras nubes que acabarían siendo una barrera entre el sol y la tierra. Hacía frío, ahora todos llevaban ropas mas abrigadas que el día anterior. La mañana transcurrió tranquilamente. Las gentes de palacio caminaban en el exterior hasta que empezó a llover. Era 8 de noviembre.
-Madre, en cuanto finalice la coronación partiré a Brenel.- avisó  el joven Miguel a Valdrada algo resacoso.
-¿Por qué tanta prisa hijo?- preguntó curiosa. Empezaron a caer unas gotas.-Metámonos dentro, está empezando a llover.- Los dos llegaron dentro a tiempo antes de que comenzara la lluvia de verdad que gradualmente tomó fuerza.
-Ayer por la mañana encontré a una joven en un claro del Bosque Frondoso. Estaba sola.- Miguel no mencionó al hombre del suelo. Valdrada miraba a su hijo preocupada.-Mandé a Lucas a que la escoltara a Regal y que allí la registraran para saber quién es de verdad.- la madre, pensativa le dijo:
-¿Sola?, ¿qué haría una muchacha sola en el bosque?-lo miró incrédula. Entonces Marina pasó por la puerta al lado de la que ellos conversaban. Estaba radiante, sonreía. Le acompañaba su hermana Gwen.
-Buenos días Miguel, y señora.- saludó e hizo una reverencia como prueba de su cortesía. Su acompañante hizo lo mismo. La sonrisa no se le borraba de la cara y no dejaba de mirar a su prometido. Valdrada advirtió lo que allí pasaba, así que las saludó y optó por irse y dejar a su hijo con las muchachas. Miguel se enojó. No le molestaba estar con Marina, no era mala chica, pero sabía lo que sentía por él y le incomodaba hablar con ella y no corresponderle, pues no la quería.
-Hola.-dijo secamente. Las observó, se puso nervioso y miró a otro lado. La joven rubia no dejaba de sonreír. La noche anterior había ocurrido algo muy importante para ella. Y creía que para Miguel también. Pero no era así. El príncipe solo recordaba breves instantes de placer, y no precisamente con Marina, si no con Donna.
-¿Cómo estáis?-preguntó su prometida. No respondió. Pensaba en la noche que había pasado con Donna y en qué estaría haciendo ahora mismo.
-¿Miguel?- llamó la atención Gwen. Este salió de sus pensamientos con la muchacha del bosque. Las volvió a mirar y se disculpó. Se dio la vuelta y se fue hacia el Gran Salón.
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Autor:Miguel García Campos


viernes, 16 de noviembre de 2012

Parte XIV de mi novela (especial fin de capítulo).


-Exacto, simples suposiciones, no quiero perder más el tiempo discutiendo este asunto.- dijo el príncipe Miguel.-Así que, Alberto, vayamos al grano.-
-Es tarde, por hoy es todo.-indicó Alberto-cenaremos tranquilos y mañana os informaré.-Todos se quedaron intrigados esa noche. La música sonaba alegre. Pero en el entorno se respiraba angustia y curiosidad. Las personalidades cenaron y charlaron entre ellas, las doncellas iban de un lado para otro y servían cuanto se pedía.
-Aquí tiene su vino señor Sid.- dijo en una de las veces la sirvienta Beatriz. Volcó la jarra que contenía este dulce líquido y llenó su copa.
-Llamadme Sid. Decidme, ¿qué hace una mujer como vos en un lugar como este?.-Miró a la joven y ambos sonrieron. -Tenéis porte de condesa, como mínimo.- Los dos rieron bastante. Incluso la doncella bebió algo de vino que se le subió a la cabeza y por poco cae al suelo. Hicieron muy buenas migas. Al menos eso pensaba la madre de Sid que los miraba desde lejos.
Marina por su parte planeó que esa noche conseguiría algo que nunca había hecho. Amaba con todo su corazón a su prometido. Su madre le había introducido en su cabeza que era el hombre de su vida, que era su rey, y que era su futuro, la única cosa por la que se debía preocupar verdaderamente. Su plan era simple. Consistía en emborracharlo a base de vino dulce que desde luego no sobraba en la sala.
-Miguel, bebe un poco más, no se puede beber el mejor vino dulce de todo Dau todos los días ¡no desaproveches esta oportunidad!.- Estos junto a otros argumentos poco convincentes acabaron emborrachando al príncipe, que, al contrario que la princesa, no quería nada con ella. Miguel casi no se mantenía derecho en la silla. Todos en la sala no estaban para nada sobrios. Menos Marina.
La noche avanzó, ya era de madrugada y poco a poco se fueron a sus aposentos. La celebración había finalizado. El plan de Marina seguía en marcha, y nadie le decía nada porque después de todo estaban prometidos y aparte estaba todo el mundo borracho. Cada uno se fue a su alcoba. Tanto Miguel, como Sid y como las hermanas tenían una para cada uno de ellos. El heredero de Agunia tuvo que ser ayudado por Alberto y Sid. Los tres eran amigos desde pequeños y tenían la misma edad.

Una hora después de que cada uno hubiera entrado en su habitación correspondiente, Marina se levantó. Abrió la puerta de su alcoba, comprobando que Gwen dormía y se aseguró de que ningún guardia la viera. Al cerrar, la puerta chirrió. No se escuchó más movimiento. Las  habitaciones estaban en el pasillo de la tercera planta del enorme palacio. Anduvo descalza hasta la alcoba de Miguel, cuatro puertas más a la derecha. Aquello parecía una especie de posada pero con una riqueza exuberante, todo lleno de plata y blanco. Las antorchas servían de luces que la ayudaron a ver el camino. Finalmente se paró frente a la puerta. La abrió y entró. Apenas había luz en la habitación, pero poco importaba, Marina venía a una cosa, y para ello no hacía falta luz. La estancia era pequeña, con una cama a la derecha de la entrada, al fondo una ventana y a la izquierda un guardarropa. Miguel dormía profundamente. Marina que llevaba un camisón azul se lo quitó. Desnuda, miró a su prometido con ojos de deseo. Por fin haría lo que llevaba esperando durante toda su vida. Ansiosa, levantó la sábana que cubría al príncipe y se metió bajo ella. Miguel seguía dormido.
-Ya estoy aquí mi amor.-susurró la joven acariciándole la mejilla. Miguel se estremeció. Los efectos del alcohol aún no se habían pasado. -Esta noche será única, te complaceré amor mío. Sabrás amarme y me querrás por siempre, no lo olvidarás...-El joven abrió los ojos al fin. Frente a él, un rostro blanco le sonreía cariñosamente. Notaba la mano de la chica en su cara. Estaba caliente. La vista se le empezó a moverse, estaba algo mareado. Pero bajó sus manos hasta la altura de las caderas de la joven. La palpó. No era ningún sueño. Entonces no pensaba que la chica era Marina, pensaba en otra mujer. Marina bajó su mano hasta el miembro viril del muchacho. Empezaba a ponerse duro. Comenzó a mover la mano cuidadosamente de un lado a otro. La cosa había empezado. Miguel no se quejó ni intentó evitarla en ningún momento. Su estado de embriaguez lo transportaron a otro mundo en el que yacía con Donna. Un instante después, Marina lo estaba besando con una inmensa pasión. Su mano derecha seguía ahí abajo. El joven borracho le seguía las acciones, la cosa se ponía caliente. Entonces Miguel se movió y se colocó encima de la joven. Marina sonreía en la poca luz que la ventana emitía. El joven colocó sus manos en los pechos de la chica. Los apretó y jugueteó con ellos. Marina se estremeció de placer. Miguel fue bajando con su boca hasta cierto punto en el que la joven disfrutó y gritó. Entonces paró. No quería que la oyeran, pero el príncipe seguía ignorante de las consecuencias que podría acarrearle tal cosa. Ella no quería parar, tras una pausa de menos de diez segundos bajó la cabeza del joven dirigiéndola al mismo punto. Ahora Marina gemía y se estremecía más que antes, pero no hacía tanto ruido. Finalmente, ella hizo lo mismo con él. Se colocó sobre el joven y  este la penetró. Comenzaron a moverse rítmicamente haciendo de esa situación algo que ambos nunca olvidarían. Hicieron el amor y llegaron hasta el éxtasis. Se aliviaron ambos y descansaron sobre la cama durante unos minutos. Miguel se durmió.
-Te dije que no la olvidarías.- dijo la joven contemplando el rostro del chico sereno. Lo besó, se puso el camisón y salió.
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Autor:Miguel García Campos

jueves, 15 de noviembre de 2012

Parte XIII de mi novela.


-¿Qué significa esto heredero de Brenel?- Dijo Diana levantándose.-Se ha cometido un asesinato en este mismo lugar, ¡el culpable puede estar aquí mismo!- Las gentes de la sala se miraban incrédulas. Se escuchó el ruido de las sillas arrastrarse y el murmullo no cesaba.
-¡Alto!- gritó Juan. Todos se pararon y cerraron sus bocas.-Existe otra alternativa al asesinato.-añadió. Alberto miró a su tío ansioso por saber qué pasaba.-Como ya sabéis, el rey murió de un disparo de flecha, que aún no sabemos ni quién es el culpable.-toda la sala asintió.-Pudo ser motivo por el que mi hermana Anatilde decidiera abandonar este mundo por la tristeza que conllevó su perdida. Después de todo era su esposa.
-Já.- vaciló el duque de Líquer.-Esa mujer era una verdadera puta. Aún recuerdo cuando su marido salía de caza por Trájel. ¡Sus gemidos se escuchaban en todo el castillo!- La gente se alborotó. Sabían que Anatilde no gozaba de buen expediente en cuanto a su fidelidad. Alberto estaba inquieto.-Todos los que estáis aquí sabéis de sobra que era una ligera, ¿verdad ?.-Ahora miraba a Diana con una sonrisa maligna dibujada en la cara. Anatilde había compartido cama con el rey de Trájel en numerosas ocasiones, eso se sabía en toda la Corte.- Así que de quitarse la vida por voluntad propia por ese motivo, ¡nada!-
-¿Qué insinuáis viejo Bled?-preguntó la duquesa Celia.
El duque carraspeó.-Está más que claro, se ha cometido un doble crimen.- El personal de la sala se puso nervioso. Bled no estaba en su mejor época, ya había enfermado más de una vez. Alberto se incorporó y se preocupó. Era tímido.
-Lord Bled, ¿porqué decís eso?- preguntó el huérfano.
-Dudo que nadie se haya atrevido a cometer semejante atentado a los dos reyes- interrumpió el rey Miguel.-Bueno, sí que hay alguien.- las miradas se dirigieron hacia el monarca de Agunia.- Decís que el rey murió de un flechazo en el pecho, ¿quién dice que esa persona no ha matado a la reina también?
-¡Tonterías!-gritó Sid que no podía mantenerse callado. Ahora todos lo miraban. -Buenas noches realezas.-añadió.- Lo que quiero decir es que no se ha cometido doble asesinato. No es posible que el asesino haya llegado aquí a tiempo para acabar con la reina también.-
-Bueno, no del todo.- habló por primera vez el heredero de Agunia.-Podría haber infiltrados en el castillo, incluso en la misma Corte.-
-Todo son suposiciones, no llegaremos a ninguna conclusión hasta que no se hagan las correspondientes investigaciones.-dijo Diana mirando a Juan y a Alberto.-Que espero que hayan comenzado ya.- añadió.
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Autor:Miguel García Campos

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Parte XII de mi novela.


-Valdrada, ¿cómo estáis?- preguntó Diana dirigiéndose a su izquierda, junto a su hija Marina. La reina de Agunia levantó la mirada que la distraía en un cuenco que estaba enfrente suya.
-Bien, Diana, estoy bien.- Valdrada la miró a los ojos color chocolate.-¿Y vos, estáis bien?- El tono de Valdrada se notaba superior a la otra reina. No podía ser menos que ella. La reina de Agunia era algo más joven que Diana. De hecho aparentaba menos de los años que tenía. Era un poco picajosa.
-Sí querida, estoy bastante bien la verdad.-cogió su copa del vino dulce y se la llevó a los labios, estirando el dedo meñique. Remarcando su orgullo y su personalidad.-¿Cuál creéis vos que puede ser el motivo por el que Alberto nos haya convocado a todo un regimiento de sangre noble a esta ciudad?.- soltó la copa de la que bebió y miró hacia el frente, a la otra punta de la mesa. Allí distinguió a su pariente lejano, el  duque Bled de Líquer que la miraba sin parpadear. Cuando sus miradas se cruzaron, se esquivaron mutuamente. Valdrada respondió:
-El príncipe es joven, y desea más que nada convertirse en el nuevo rey. Es el sueño de cualquier muchacho de su edad.- Diana la observaba con aire envidioso, y Valdrada a su vez con aire compasivo. Diana llevaba quince años sin hombre alguno en su vida. Y ella estaba casada felizmente.
-No creo que nos haya hecho venir para una mera coronación. No digo que no sea importante, pero no pienso que sea motivo suficiente.- dijo al fin Diana.- Sospecho que hay algo más que quiere decirnos. Algo importante.- En ese momento Marina miró de refilón a su prometido que no advirtió la mirada. Todo quedó interrumpido por la llegada del príncipe Alberto.
Llevaba unas calzas blancas con una franja gris a cada lado exterior del muslo. En la parte superior llevaba una camisa blanca con bordados plateados que hacían presencia en toda la sala. El príncipe portaba una capa larga y elegante de color blanco pálido y bordada en los filos al igual que la camisa. En la cabeza llevaba una especie de corona de plata. Aún no era rey, y no quería importunar a sus invitados con la verdadera corona, pensarían mal. En cuanto pasó por el arco de la gran puerta que separaba el pasillo de la sala se paró en seco, mirando a las personalidades que habían asistido. Las oteó una por una. Tras una brevísima pausa, se dirigió hasta su trono y se sentó.
-Lamento mucho el retraso damas y caballeros. He tenido que retrasarme por algunos asuntos relacionados con la muerte de mi madre.- Todos miraban a Alberto muy atentos. Nadie se había preguntado el porqué de esa repentina muerte.-La verdad es que ingirió un veneno que aún están investigando mis consejeros y varios expertos.- Ahora los nobles y demás personas de la sala no parpadeaban.
-¡Por los dioses!- exclamó Valdrada, y seguidamente se oyó un murmullo en toda la sala, que fue creciendo gradualmente.
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Autor:Miguel García Campos


Hueco.


El vano de la vivienda
no quiere ser ventana,
ni puerta.
Cuela aire por él
no puede resistirse,
función única tiene,
y no prefiere morirse.
Sola razón de que exista,
comprobada en ella reside,
a la vista del futuro
ya no escucha,
ni ve,
ni vive.

martes, 13 de noviembre de 2012

Parte XI de mi novela.


-Buenas noches señores- saludó. -Y señoras.- añadió mirando a las jóvenes hermanas de su misma edad, las princesas Marina y Gwen. Diana se colocó entre las miradas de ambos.
-Buenas noches joven Miguel, veo que llegáis a destiempo que el resto de vuestra familia.- apremió Diana a tiempo, en medio de las miradas. Y desvió su vista a Valdrada de nuevo.
-Sí Diana, verdaderamente no hemos tenido tiempo de hablar tranquilamente, y mi hijo ha tenido que retrasar su llegada a Ciudad de Brenel por algunos motivos.- Contestó el padre del joven, el rey de Agunia Miguel IV.-Pero ya está aquí el heredero de mi trono.- rió, abrazó a su hijo y lo llevó consigo junto al resto de su familia. El joven Miguel llegó exhausto ya que no hizo ninguna parada desde aquel percance, o afortunado encuentro, según desde dónde se mire, hasta ahora.
El heredero Alberto aún no llegaba, así que los monarcas y señores se sentaron en sus respectivos sitios rodeando la distinguida mesa. En el centro de dicha mesa, no en el interior, se encontraba el asiento del futuro rey, destacado sobre el resto. A la derecha de dicho asiento se encontraba el tío del príncipe, el consejero Juan. A la derecha de este, la familia de la condesa Celia de la isla de Geltis hablaba abiertamente. Procedentes de la capital de dicha ínsula, Tella. Allí vivían en un palacio de entorno costero y con ambiente salubre. Los componentes de esta familia de carácter rudo y simpático acompañantes de la condesa eran su marido, Lurd, y sus hijos Sid y Celia de diecisiete y trece años respectivamente. Sid era un joven viajero al que le gustaba ir libre de aquí para allá. Destacable entre su familia por su afán soñador e imaginativo, y por librar numerosas discusiones con sus propios padres sobre estos temas. Tenía una concepción del mundo diferente al resto de personas de su reino. Este fue el motivo por el cual ama tanto la navegación y el conocimiento de nuevas tierras y sitios desconocidos por él. A la izquierda del trono se sentaba la princesa Gwen de Trájel, casi una mujer hecha y derecha. Su pelo era castaño oscuro. Su cara redondeada formando un rostro agradable a la vista y de un atractivo heredado de su madre. Su hermana Marina, por otra parte, tenía los cabellos rubios casi cobrizos. Era algo más alta que Gwen y era mayor que ella por tan sólo cuatro minutos. Las diferencias entre ambas podían verse por ejemplo en la nariz. Marina tenía la de su madre, prominente, y Gwen la de su difunto padre. Ambas estaban sentadas al rededor de la reina Diana, que miraba y charlaba girando la cabeza de una parte a otra de la mesa. Marina había sido prometida con el príncipe Miguel de Agunia, cosa que a él al menos no le parecía correcto. Miguel siempre había sido partidario a la libertad de elección en ese campo. Pero ellos dos llevaban comprometidos desde que nacieron.
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Autor:Miguel García Campos

lunes, 12 de noviembre de 2012

Parte X de mi novela.


Llegaron varios nobles más, de mayor y menor poder. El Duque de Líquer, el viejo pariente lejano de Diana llegó en segundo lugar. Este noble era conocido por ser estéril, había tenido un total de ocho mujeres, y a sus cincuenta y seis años no había tenido ni un sólo hijo. Poco más tarde llegaron el rey de las provincias Agunia lord Miguel IV junto a su mujer Valdrada y sus dos hijos menores. Incluso llegaron desde la lejana isla de Geltis la condesa Celia, su marido y sus hijos Sid y Celia. Pero no asistió nadie más a dicho evento.
Todos los invitados fueron citados por cartas de puño y letra de Alberto. En las cuales escribía:

Señores y señoras de los reinos de Urtres, Trájel, Líquer, Agunia, Geltis, Rean y Antares.
Con motivo del reciente fallecimiento de los reyes Alberto III y Anatilde, ya elevados allí donde moran los dioses, envío esta carta para que llegue a todo rincón de Dau y dar la nueva de mi esperada coronación.
Es por esto y otros asuntos que se tomarán en dicha celebración, queda escrito en esta carta que el día 7 de Noviembre del año 192 se realizarán los ritos de mi ascenso al poder del reino de Brenel.
Se espera la asistencia de vuestras altezas.
El rey de Brenel, Alberto IV.


Los nobles se reunieron en una sala paralela a la Gran Sala del palacio de Brenel. Aquella que había sido testigo de la muerte de la reina Anatilde. En la nueva sala, se podían apreciar los rostros en los retratos de los que habían sido reyes y reinas y demás personalidades del reino de Brenel. Los marcos, de un blanco reluciente, como el resto del palacio. La familia real amaba el blanco. Representaba la pureza y lo exponían allí donde pudieran. Es por eso que el blanco predomina en todo el castillo, aparte de que llevaba luz donde estuviera. Los muros de la sala, reforzados con una pilastra cada tres metros, de una altura casi excesiva, elevaban el entorno que hacía que el que entrara en aquel lugar, el más alto del palacio, mirara hacia arriba inevitablemente y abriera la boca. El techo era una enorme bóveda apuntada, blanca, como el resto del espacio. De ella colgaba una lámpara semejante a la de la Gran Sala. Abajo, en la estancia desde donde los nobles observaban la gran habitación, destacaba una gran mesa de madera que curvaba y formaba un círculo. En el centro de dicho círculo, en el cual se generaba un espacio vacío, tocaba un bardo una melodía que relataba los acontecimientos que iban a ocurrir de ahí en breve. Los nobles en pie, esperaban al heredero a la Corona de Brenel impacientes. Todos lucían lujosos trajes, vestidos y capas. Valdrada de Agunia no paraba de mirarse con Diana de Trájel, en cuyas miradas se podía observar enfrentamiento, e incluso envidia, una muestra más del carácter de la monarca trajeliense. Ya era la noche del 7 de noviembre, y al día siguiente sería el gran día, el momento de la coronación. El heredero de la Corona de Agunia apareció de repente rompiendo la tensión de la sala.
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Autor:Miguel García Campos


domingo, 11 de noviembre de 2012

Parte IX de mi novela.


Durante la semana tras la muerte de los reyes, se realizaron los preparativos para el gran día del nombramiento del nuevo monarca. El palacio de Brenel relucía. La piedra blanca de las murallas brillaba. Era un gran momento. Había llegado el 7 de noviembre del año 192 de la Quinta Edad. Juan iba de arriba para abajo organizando el gran acontecimiento, recibiendo a los gobernantes de todas las regiones de Dau. Brenel era una de las regiones más famosas de Dau y  la más importante tras Antares. Su localización permitía a todos los reinos ir y venir cómodamente, pues no era zona conflictiva, menos a los reinos del norte claro. La Corte de Trájel fue la primera en llegar. Encabezada por cuatro guardias de la reina Diana que iban a caballo. Detrás, en la carroza de metal rojizo iba la Gran Diana, caracterizada por su carácter político y defensorio, a la vez que ofensivo, junto a sus dos hijas. Ambas de diecisiete años, Marina y Gwen. Las dos tenían los ojos color chocolate como sus ancestros y todo el linaje de Trájel. Caracterizadas por ser tercas, como su madre, pero dulces entre su familia y gente más cercana. Los Zárate, que así se llamaba la dinastía se dividían a su vez en dos: la Corte de Trájel, y la de Líquer. Siempre habían estado enfrentadas entre sí. Una vez, a finales de la Cuarta Edad, fueron un reino único. Pero tras la guerra de las islas Agia Oren, al norte de Dau, el territorio que compartían se separó en dos al igual que las islas, en donde aún predomina la guerra. El enfrentamiento entre ambas regiones es por pura envidia y codicia. Lo que una hace una región, lo hace la otra para mejorarla. Tal es esto que como la capital de Líquer es Edea, los trajelienses nombraron a una ciudad en la Costa de la Reina como Etea. La única verdad es que en la Corte de ambos reinos predomina el ansia de poder, la superación, la testarudez y el orgullo, entre otras cosas.
Las tres mujeres se bajaron ante el gran portón del palacio de Brenel. Allí las esperaba Juan.
-Muy buenos días altezas reales- indicó el tío del príncipe haciendo una reverencia.- Sean bienvenidas al reino de Brenel.- El día era soleado para ser noviembre. Había una temperatura agradable.
-Vos debéis ser el hermano de la difunta reina Anatilde, ¿me equivoco?- preguntó la Gran Diana. Era una mujer alta, rubia, de cuarenta y dos años, y bastante hermosa. Había enviudado quince años atrás, tiempo que llevaba como reina. Su nariz era prominente y reconocible allí donde fuera nombrada.
-No os equivocáis mi señora, soy Juan de Brenel, hermano de Anatilde y tío del príncipe Alberto.- Contestó nervioso Juan. Las dos hijas lo miraban impacientes esperando a que las dejaran entrar.
-Bien, el príncipe Alberto, el motivo por el que estamos aquí mis hijas y yo. ¿Dónde está el futuro rey?- Se advirtió un ligero aire de superioridad en la voz de Diana. Las vestiduras que llevaban las tres mujeres de alta cuna eran cuidadosamente bordadas. La reina llevaba un vestido verde, ancho y muy largo, con una cola de un metro. Encima portaba un abrigo de piel de oso polar del territorio de Vicra. Era una mujer friolera. Las hijas, llevaban ambas un vestido azul dejando escote y los hombros al descubierto, y un fular del mismo color que les cubría los brazos y el cuello.
Toda la corte llegada de Trájel entró en la ciudad de Brenel, camino del palacio real. Sus caballos, conocidos en todo Dau como los mejores, eran de crines negras y patas fuertes, rápidos y eficaces a la vez que imponentes. Destacaban sobre el resto de caballos de las otras regiones y todo el mundo quería tener un caballo puro de Trájel. La reina entró primero, y sus hijas tras ella. Las tres de caminar glorioso, como practicado para la ocasión. Se hacían respetar, y debían mantener las formas allí donde estuvieran.
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Autor:Miguel García Campos


sábado, 10 de noviembre de 2012

Parte VIII.


-Señor, no creo que se pueda hacer nada por su madre.-Dijo segundos después la doncella Alba con un nudo en la garganta. En ese momento entraron los cinco consejeros reales y el hermano de la reina.-La reina ha muerto.-dijo al fin la joven Alba. Aquellas palabras resonaron por toda la sala del trono y se extendieron poco a poco por el palacio de Brenel y finalmente por el reino. Ahora Alberto era un príncipe heredero huérfano que muy pronto sería coronado rey.
Esa misma noche se celebró el funeral de los reyes. Era 30 de octubre. Se incineraron los dos cuerpos juntos, el tío de Alberto, Juan, hermano de la reina Anatilde, estaba junto a su sobrino.
-Sobrino, ahora os convertiréis en rey, y vuestra madre expulsó del reino al antiguo Gran Consejero. Me gustaría que me vos me tuvierais en cuenta para ocupar ese cargo, me haría muy feliz.- Sugirió Juan al príncipe que observaba el fuego con la mirada perdida.
-Tío, meditaré vuestra propuesta. Pero no quiero que os hagáis demasiadas ilusiones por ser de mi familia. Al igual que vos, hay otros cuatro consejeros reales más. Los cuales debo tener en cuenta para nombrar al mejor.- El príncipe no lloró esa noche, solo se mostraba serio y callado.- Ahora lo que os debería preocupar es que llegue a rey cuanto antes, sólo entonces os podré nombrar Gran Consejero.-pero no terminó aquí el heredero Alberto.-Ah, tío Juan, quiero que se abra una investigación para aclarar las muertes de mis padres. Quiero vengarme.-Se notaba en la cara del príncipe la rabia que le consumía.-Quiero vengarme de aquellos que privaron de sus vidas a los reyes.-dijo al fin.-Espero que sepas qué hacer, consejero.-concluyó, y se concentró en los recuerdos que le venían de niño con sus padres. Su madre le mecía día tras día hasta que se convirtió en casi un hombre. Le contaba cuentos todas las noches para que se durmiera. Su padre le enseñó a desenvolverse con la espada, y sobre todo, a convertirlo en quién ahora era.
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Autor:Miguel García Campos

viernes, 9 de noviembre de 2012

Parte VII de mi novela.


-¡Madre!- gritó su hijo Alberto corriendo hacia la mujer que le dio la vida. -¿Por qué madre?, ¿por qué?-
Anatilde lo miraba dulce y tristemente, era su niño, su único hijo y sabía que era el futuro rey de Brenel. 
-Alberto, hijo, venid aquí- contestó Anatilde con la voz más triste y dulce que se pudiera oír. El joven se recostó sobre el regazo de la madre.- Ya os habéis enterado, no pude decíroslo porque no podía hablar..., quería mucho a vuestro padre como ya sabéis...- la reina comenzó a acariciarle los cabellos oscuros a su hijo. Ahora Alberto notó la voz de su madre extraña y sospechosa. Recostado en el regazo de la reina, levantó la vista y miró a su madre a los ojos. Estaba vieja de repente, parecía arrepentida y asustada.
-¿Qué os pasa madre?- preguntó el príncipe.- Os noto verdaderamente rara, habéis envejecido mucho de golpe.-
-Hijo...-y tras una larga pausa, la reina al fin habló: -Eres el nuevo rey de Brenel.- Se puso en pie. -Ahora el reino es tuyo- La reina comenzó a caminar hacia el centro del Gran Salón. Su hijo no le perdía la mirada, continuó caminando. Alberto seguía junto al trono y su madre casi había alcanzado el centro de la sala. Entonces se paró allí, se dio la vuelta, miró a su hijo de ojos azules como ella, el ser de sus entrañas que iba a cumplir diecisiete años. Miró al techo, y regresó la mirada a su hijo.- Ahora gobernarás y el mundo será tuyo.- La voz de la reina estaba débil. -Dau entero, y todos sus reinos serán solo uno y te pertenecerán a ti...- Ya casi no se oía.-Ahora ve y busca la...- Se cortó la voz de la reina. Expiró.
Alberto corrió hacia su madre ahora tendida en el suelo de la sala, en el centro.  Bajo ellos estaba dibujado el mapa de Dau, con todos los reinos y regiones. Miró a su madre, incrédulo. Había quedado huérfano, y sería coronado rey de Brenel muy pronto, miró el mapa dibujado en el suelo y distinguió una marca al norte de Brenel, en el poblado de Selga. Se olvidó de eso y volvió a mirar a su madre. Salía de su boca espuma blanca. Había tomado algo envenenado. Comenzó a llorar, se desesperó. Y al fin, gritó.
Acudieron al instante las doncellas de la reina. Una de ellas, Alba, la incorporó y mandó a la otra, Beatriz, a por agua.
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Autor:Miguel García Campos

jueves, 8 de noviembre de 2012

Parte VI de mi novela.


Las noticias no fueron buenas cuando la ciudad abrió las puertas a su rey. Alberto III había muerto. En cuanto la familia real se enteró del suceso, la reina Anatilde, ahora viuda del rey, mandó a la misma guardia real a que buscaran bajo las piedras si era necesario al culpable de aquel atentado.
-¿Dónde está Fredric?- Preguntó la reina a los guardias que venían con el cuerpo de su marido.
-Majestad, lo buscamos por toda Selga, e incluso más allá. Unos dicen que lo vieron adentrarse en el Bosque Frondoso tras alguien que huía. Otros dicen que murió, pero no sabemos cuál es la verdad- respondió uno de los guardias.
-No puede ser...-susurró la reina Anatilde- Id otro grupo de hombres a Selga y a donde haga falta para buscar al escudero del rey. ¡De inmediato!- Mandó la mujer. Indicó que metieran a su difunto marido lleno de sangre y con la flecha aún clavada en medio del pecho. El disparo había sido certero. Hubo gritos, llantos, desmayos y peleas en la plaza de la ciudad. Brenel había perdido a su monarca. Ahora había que coronar a uno nuevo.

-Majestad, no podemos permitirnos perder el tiempo ante esta situación- habló el consejero más importante del Palacio de Brenel. La sala era bastante grande, con una lámpara enorme de madera pintada de un blanco reluciente que colgaba del techo. La reina descansaba al fondo de la sala, sentada sobre un trono de piedra. Tras una breve pausa prosiguió -Hay que nombrar de inmediato a un nuevo rey, podrían atentar de nuevo mi señora.-
La reina, mirando a poca distancia de sus propios pies, sentada en el trono, con aire triste, pero sin ninguna lágrima habló al fin:  -Cómo podéis decirme esto ahora Loyd...- Sollozó.  -No hemos enterrado al rey muerto, ¿y ya queréis coronar a otro?- ahora se notaba la tristeza de la reina.
-Majestad, permitidme hablar...- continuó el mismo hombre, el Gran Consejero. A las espaldas de este se encontraban el resto de consejeros de la Corte de Brenel. Un grupo de 5 hombres de mediana edad para arriba. Todos ellos con lujosas prendas de vestir y capas blancas que hacían que la estancia fuera aún más luminosa.
-¡Silencio!- interrumpió con un grito la reina -fuera de mi vista, rápido.- Imperaba con autoridad la mujer del trono.
-Como deseéis mi señora, si necesitáis algo, no dudéis en consultarme. Después de todo sigo siendo el Gran Consejero.- Dijo orgullosamente Loyd.
La reina levantó la mirada cuando Loyd se alejaba hacia la puerta. -De eso ni hablar, quedáis despedido de la Corte real, y tenéis prohibida la estancia en Brenel de por vida.- Dijo muy segura de sí misma.
-No puede estar hablando en serio, majestad.- Loyd se quedó de piedra, espantado, comenzó a temblar y se precipitó al suelo. Tenía setenta y tres años. - Señora mía, ruego por los dioses que me perdone usted todo lo que haya hecho mal, por favor no tengo a donde ir.- Hablaba con voz temblorosa casi llorando. El resto de consejeros lo miraban con asombro y pena. Era un viejo después de todo.
-No hay nada que hablar ni perdonar, quedáis expulsado ahora mismo de mi reino. Rik, manda a dos de tus guardias para que se aseguren de que salga de mis tierras.- Mandó al jefe de la Guardia Real de Brenel que miraba desde la derecha del trono al viejo del suelo.- No quiero volver a veros, jamás- añadió la viuda Anatilde viendo como se alejaban dos guardias y Rik con el viejo ahora apresado.
-Maldita puta, ¡el rey era mejor que vos mil veces!- Chilló el anciano.- Jamás seréis como él, ¡sois una bruja!, ¡una verdadera bruja!- Uno de los guardias dio un puñetazo en la barriga a Loyd para que callara y salieron los cuatro hombres por la puerta. El resto de consejeros se sorprendieron demasiado al ver aquello. Había insultado a la reina y ella no había dado la orden de ejecución, algo raro estaba ocurriendo en aquellas cuatro paredes. Algo que los 5 hombres en los que el rey recién muerto confiaba plenamente desconocían. Optaron por no abrir la boca y retirarse con el permiso de su majestad. El viejo ex-consejero gritaba y se resistía entre los guardias y predicaba allí por donde pasaba lo que había acontecido en palacio. Loyd llevaba sirviendo en la Corte casi cincuenta años, y había sido el Gran Consejero de el rey recién fallecido y del padre de este.
La reina seguía mirando al suelo. Sus ojos azules brillaban mucho más que nunca. En su cara se podían ver algunas nacientes arrugas. Tenía un rostro angustiado y pálido. Levantó la vista cuando oyó la puerta del Gran Salón abrirse.
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Autor:Miguel García Campos


miércoles, 7 de noviembre de 2012

Tomo V de mi novela.


-Bien, Lucas, irás a Regal con Donna sobre tu caballo. Entrarás en mi palacio y dirás al consejero Louis y a Saverio que la examinen. Si se resiste, llamad a lady Mary, seguro que sabe qué hacer. Pero bajo ninguna circunstancia quiero que se le haga daño alguno. La quiero intacta para cuando vuelva.- indicó el señor Miguel.
-Pero señor...- habló Lucas, y instantáneamente fue interrumpido por Donna.
-¿Palacio, en Regal?- Donna se asustó.
Miguel sonrió a la joven y le explicó quién era y de donde procedía. Al menos eso hizo hasta que llegaron al camino que hacía de frontera entre el reino de Brenel y el de Agunia. Era el príncipe heredero de la Corona de Acantil, en las provincias Agunia. Pero él residía en la otra ciudad, en Regal, que servía de principado. Él y su escudero iban a la Ciudad de Brenel a la coronación de un nuevo rey, cosa que sorprendió a Donna, ya que el que acababa de morir, era el culpable de su situación actual y de la muerte de sus tíos. Ella, por su parte le explicó lo que había pasado y porqué estaba donde la encontraron. El hombre que perseguía a Donna murió al pasar la frontera de Brenel  a Agunia. Cuando lo hizo, Donna sintió un alivio final. El heredero de Agunia decidió que Lucas lo llevara a Regal. Finalmente allí se despidieron.
-Bueno, aquí nos separamos. Donna, volveré lo más pronto que me sea posible y me contaréis todo con lujo de detalles lo acontecido, y es más, pensaré que hago con vos por el camino.- dijo el heredero Miguel con un aire picarón.-Que tengáis una espléndida mañana.-besó la mano de la joven y se montó en su caballo Niebla. Cabalgó unos metros y paró al caballo en seco, miró hacia atrás y dijo:
-¡Id a la taberna de El Paso y tomad algo, debéis estar hambrienta!- Y se fue definitivamente sonriendo de oreja a oreja, cantando una canción.
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Autor:Miguel García Campos

martes, 6 de noviembre de 2012

Tomo IV de mi novela.


-¿Qué significa esto Donna?- preguntó Miguel. -Lucas, quédate aquí.- Miguel se levantó dispuesto a coger a la joven y llevarla hasta el hombre del suelo. Pero Donna se estaba subiendo al caballo de Lucas. -¡Ven aquí maldita!- Gritaba Miguel mientras la joven huía. El joven señor se subió a su équido y corrió tras la pista de la chica. Tras mucha carrera, Miguel optó por chiflarle al purasangre gris que llevaba a Donna. Este paró en seco. La joven, desesperada se bajó del caballo y salió corriendo hacia otra dirección. Miguel ya casi la había alcanzado cuando su caballo tropezó con un tronco del suelo. Miguel cayó y se levantó rápidamente lleno de hojas, ramas y algo de barro. No montó en su caballo, se quitó su capa azul y la tiró al suelo mientras seguía corriendo tras Donna. Estaba a escasos cuatro metros de ella, pero la joven corría bastante, incluso en el estado que estaba. Dando un impulso, el joven se puso a la altura de Donna, se lanzó a por ella. La alcanzó agarrando con sus manos la cintura de ella. Ambos cayeron al suelo. Uno encima de otro. La chica se resistía, pero no pudo librarse del joven señor. Miguel le dio la vuelta, cara a cara. Los dos se quedaron mirando mutuamente. Ella pudo ver en él sus ojos verdes y marrones, con toques grisáceos que los salpicaban. Eran grandes y le causaron durante ese breve momento de pausa, una reconfortante tranquilidad. Sabía que podía confiar en él. Veía en el joven un aire de bondad y rectitud que antes no había visto. Su presencia era altamente agradable. Y no era feo. Él, por otra parte observó a la joven de arriba a abajo. Donna tenía diecisiete años, al igual que Miguel. Ella era de una estatura alta, pero un poco más baja que la del señor. Era muy hermosa. Sus ojos verdes hacían que Miguel se quedara prendado en la profundidad de su mirada. Su nariz estaba perfectamente modelada. Su cara suave. Y su cuerpo con unas curvas excelentes. Le quitaba la respiración al muchacho. A Miguel le gustó de veras Donna, sobretodo su pelo castaño y largo que le llegaba por la cintura. Ambos estuvieron casi medio minuto mirándose, quietos, mirando el alma del otro. Entonces se escucharon voces de Lucas a lo lejos. Miguel,  jadeando aún cansado cogió una cuerda que llevaba atada al cinto y le ató las manos a la espalda. Después hizo lo mismo con sus pies, y se la echó al hombro. Donna hablaba y se quejaba constantemente, pero pensaba en lo que acababa de pasar. Algo había cambiado dentro de ella, algo que nunca había sentido. Miguel llegó al claro junto a Lucas, Donna, y el hombre del suelo que seguía medio muerto.
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Autor:Miguel García Campos

lunes, 5 de noviembre de 2012

Tomo III de mi novela.


Todo quedó destruido. La aldea Selga, donde Donna vivía, había desaparecido. El ejército del rey Alberto III de Brenel aniquiló toda la aldea. Menos a Donna. Quemaron las casas hechas en su mayoría de madera del Bosque Frondoso que al norte los resguardaba. Así era, Donna estaba inmersa en las inmediaciones de esa cantidad de innumerables árboles, pero no lo sabía aún. Había escapado de las manos del rey, pocas personas conseguían eso, ese era el motivo por el que la perseguían. Pero nadie sabía el motivo de porqué el rey aniquiló la aldea entera, incluida la tía de Donna, Rose. El rey buscaba algo, y por algún motivo sabía que estaba en Selga. Pero se fue con las manos solo llenas de sangre, y con un disparo de flecha de alguien que nadie consiguió ver.
Donna abrió los ojos y un rayo de luz le bañó la cara. Ya era de día, y calculando eran entorno las nueve o las diez. Pero el motivo de su despertar no fue la luz del sol. Escuchó moverse a lo lejos los matorrales del otro lado del claro. Se levantó y se acercó cuidadosamente a la zona del ruido. Pasó por el lado del hombre al que había golpeado y lo miró de reojo. Cogió el cuchillo que tenía entre el pliegue del ropaje y se colocó en forma defensiva. Ahora se acercaba a los matorrales más lenta que al principio. De golpe salió de la maleza un hombre de armas a caballo. Donna cayó al suelo del susto.
-¿Quién sois muchacha?- El hombre de treinta y un años habló.
-Me, me llamo Donna- dijo la joven tartamudeando y habiendo recuperado la voz perdida.        -Soy Donna de...- Entonces antes de que terminara de hablar llegó otro hombre con un caballo color castaña. Este hombre era más joven que el anterior. Donna seguía en el suelo.
-Lucas, no te desvíes del camino, tenemos que llegar pronto.- dijo el hombre recién llegado.
-Lo siento señor, quería explorar un poco el terreno.- se disculpó el escudero del joven.
- Bueno, que no se repita. ¿Y esta joven quién es?, ¿de dónde sois muchacha?- Preguntó Miguel, que así se llamaba el joven de diecisiete años.-Levantaos del suelo y respondedme.-
-Soy Donna como dije a vuestro vasallo señor- agachó la cabeza.
-Jajaja- rió Miguel- no es mi vasallo, es mi escudero y maestro de armas Lucas de Regal, en el cual confío lo suficiente para saber que hablaba más con vos, una joven tan hermosa.- el joven Miguel sonrió mirando a la joven. Detrás de ella vio el cuerpo del hombre tendido en el suelo. Le cambió la cara, se apeó del caballo y corrió hacia el hombre. De inmediato, Lucas siguió a su señor dejando a los dos caballos solos junto a Donna. Revisaron el cuerpo, y al fin Lucas dijo:
-Señor, no está muerto, pero poco le queda si lo dejamos aquí.- Estas palabras le sentaron como una patada en el vientre a Donna. Palideció. Se dio la vuelta mirando a los hombres que acompañaban al que ella creía que era ya un cadáver.

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Autor:Miguel García Campos

Mapa de la novela.

Aquí dejo el mapa del mundo donde se desarrolla la novela.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Tomo II de la novela.


Ya era prácticamente de noche y Donna seguía en el claro del bosque. Se sentía espantada y aliviada. ¿Qué hago ahora?, pensó. Su cabeza daba demasiadas vueltas. Su flujo incontrolado de pensamientos revueltos quedó interrumpido. Tenía hambre y su estómago se lo estaba haciendo saber. No había comido nada en los dos días que llevaba huyendo y escondiéndose. Sus tripas no habían manifestado en ningún momento la ausencia de comida. Hasta ahora. Echó de menos un buen conejo con patatas que su tía le hacía al menos una vez por semana, ese vino dulce que su tío le traía de la prestigiosa bodega del rey de Brenel, conocida en todo el mundo. Necesitaba alimentarse, y apenas le quedaban fuerzas. Alzó la cabeza y miró de nuevo al hombre tendido en el suelo apenas reconocible entre las sombras que acudían al bosque. Donna no se había percatado de que era casi de noche. En un bosque de noche nada es seguro, ni siquiera de día. Se levantó y fue hacia el hombre. Lo observó, y buscó en el cuerpo algo que fuera de su utilidad. Cogió un cuchillo con una hoja larga como la palma de la mano. Indagó en los bolsillos de la camisa. En el izquierdo, nada. Fue a por el derecho, primero lo palpó desde fuera. Algo sobresalía, así que metió la mano y sacó del bolsillo algo que al acercarlo a la cara ya no podía ver, era de noche. Desesperada y asustada, Donna guardó el objeto desconocido en el único pliegue que tenía entre sus andrajosas ropas.
No sabía dónde ir, qué dirección tomar. No sabía siquiera dónde estaba. Miró de un lado para otro, y las sombras la consumían. Ni la luna aparecía en el cielo despejado. Se cansó de nuevo, hacía frío, mucho frío para alguien que llevase la ropa que ella llevaba. Este fue el motivo por el que quitó la camisa al hombre, y se la puso ella. Se alejó del cuerpo allí tendido y se acurrucó cerca de un árbol, como pudo. Incómoda, intentó conciliar el sueño. Un dolor agudo le venía al estómago, se volvía intermitente y nunca cesaba. Finalmente comenzó a llorar, se sentía sola, angustiada y hambrienta, no sabía lo que sería de ella. Pensó que probablemente moriría, ¿porqué yo?, se preguntaba constantemente.  Se durmió a duras penas cuando dejó de llorar.
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Autor:Miguel García Campos

viernes, 2 de noviembre de 2012

La sorpresa es algo que tienen muchas personas, pero hay quienes saben llevarlo, y quienes no. Es por eso que se asustan y no arriesgan. Es por eso que no ganan. Y eso por eso como siguen dándole vueltas al mismo asunto.
Esa es la razón por la que escribo.
Y es la razón por la que escucho, veo y vivo.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Poema 10.

Por más que lo pienso, no sé si ahora existo.
Es posible que dejé de hacerlo,
en serio, intenté resolverlo...
Pero hay más cosas que la mera existencia;
la luz,
el agua,
la vida...
Por eso miras,
y sobre todas las cosas,
supervivencia aspiras.