Durante la semana tras la muerte de los reyes, se realizaron
los preparativos para el gran día del nombramiento del nuevo monarca. El
palacio de Brenel relucía. La piedra blanca de las murallas brillaba. Era un
gran momento. Había llegado el 7 de noviembre del año 192 de la Quinta Edad.
Juan iba de arriba para abajo organizando el gran acontecimiento, recibiendo a
los gobernantes de todas las regiones de Dau. Brenel era una de las regiones
más famosas de Dau y la más importante
tras Antares. Su localización permitía a todos los reinos ir y venir
cómodamente, pues no era zona conflictiva, menos a los reinos del norte claro.
La Corte de Trájel fue la primera en llegar. Encabezada por cuatro guardias de
la reina Diana que iban a caballo. Detrás, en la carroza de metal rojizo iba la
Gran Diana, caracterizada por su carácter político y defensorio, a la vez que
ofensivo, junto a sus dos hijas. Ambas de diecisiete años, Marina y Gwen. Las
dos tenían los ojos color chocolate como sus ancestros y todo el linaje de
Trájel. Caracterizadas por ser tercas, como su madre, pero dulces entre su
familia y gente más cercana. Los Zárate, que así se llamaba la dinastía se
dividían a su vez en dos: la Corte de Trájel, y la de Líquer. Siempre habían
estado enfrentadas entre sí. Una vez, a finales de la Cuarta Edad, fueron un
reino único. Pero tras la guerra de las islas Agia Oren, al norte de Dau, el
territorio que compartían se separó en dos al igual que las islas, en donde aún
predomina la guerra. El enfrentamiento entre ambas regiones es por pura envidia
y codicia. Lo que una hace una región, lo hace la otra para mejorarla. Tal es
esto que como la capital de Líquer es Edea, los trajelienses nombraron a una
ciudad en la Costa de la Reina como Etea. La única verdad es que en la Corte de
ambos reinos predomina el ansia de poder, la superación, la testarudez y el
orgullo, entre otras cosas.
Las tres mujeres se bajaron ante el gran portón del palacio
de Brenel. Allí las esperaba Juan.
-Muy buenos días altezas reales- indicó el tío del príncipe
haciendo una reverencia.- Sean bienvenidas al reino de Brenel.- El día era
soleado para ser noviembre. Había una temperatura agradable.
-Vos debéis ser el hermano de la difunta reina Anatilde, ¿me
equivoco?- preguntó la Gran Diana. Era una mujer alta, rubia, de cuarenta y dos
años, y bastante hermosa. Había enviudado quince años atrás, tiempo que llevaba
como reina. Su nariz era prominente y reconocible allí donde fuera nombrada.
-No os equivocáis mi señora, soy Juan de Brenel, hermano de
Anatilde y tío del príncipe Alberto.- Contestó nervioso Juan. Las dos hijas lo
miraban impacientes esperando a que las dejaran entrar.
-Bien, el príncipe Alberto, el motivo por el que estamos
aquí mis hijas y yo. ¿Dónde está el futuro rey?- Se advirtió un ligero aire de
superioridad en la voz de Diana. Las vestiduras que llevaban las tres mujeres
de alta cuna eran cuidadosamente bordadas. La reina llevaba un vestido verde,
ancho y muy largo, con una cola de un metro. Encima portaba un abrigo de piel
de oso polar del territorio de Vicra. Era una mujer friolera. Las hijas,
llevaban ambas un vestido azul dejando escote y los hombros al descubierto, y
un fular del mismo color que les cubría los brazos y el cuello.
Toda la corte llegada de Trájel entró en la ciudad de
Brenel, camino del palacio real. Sus caballos, conocidos en todo Dau como los
mejores, eran de crines negras y patas fuertes, rápidos y eficaces a la vez que imponentes.
Destacaban sobre el resto de caballos de las otras regiones y todo el mundo quería
tener un caballo puro de Trájel. La reina entró primero, y sus hijas tras ella.
Las tres de caminar glorioso, como practicado para la ocasión. Se hacían
respetar, y debían mantener las formas allí donde estuvieran.
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Autor:Miguel García Campos
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