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domingo, 11 de noviembre de 2012

Parte IX de mi novela.


Durante la semana tras la muerte de los reyes, se realizaron los preparativos para el gran día del nombramiento del nuevo monarca. El palacio de Brenel relucía. La piedra blanca de las murallas brillaba. Era un gran momento. Había llegado el 7 de noviembre del año 192 de la Quinta Edad. Juan iba de arriba para abajo organizando el gran acontecimiento, recibiendo a los gobernantes de todas las regiones de Dau. Brenel era una de las regiones más famosas de Dau y  la más importante tras Antares. Su localización permitía a todos los reinos ir y venir cómodamente, pues no era zona conflictiva, menos a los reinos del norte claro. La Corte de Trájel fue la primera en llegar. Encabezada por cuatro guardias de la reina Diana que iban a caballo. Detrás, en la carroza de metal rojizo iba la Gran Diana, caracterizada por su carácter político y defensorio, a la vez que ofensivo, junto a sus dos hijas. Ambas de diecisiete años, Marina y Gwen. Las dos tenían los ojos color chocolate como sus ancestros y todo el linaje de Trájel. Caracterizadas por ser tercas, como su madre, pero dulces entre su familia y gente más cercana. Los Zárate, que así se llamaba la dinastía se dividían a su vez en dos: la Corte de Trájel, y la de Líquer. Siempre habían estado enfrentadas entre sí. Una vez, a finales de la Cuarta Edad, fueron un reino único. Pero tras la guerra de las islas Agia Oren, al norte de Dau, el territorio que compartían se separó en dos al igual que las islas, en donde aún predomina la guerra. El enfrentamiento entre ambas regiones es por pura envidia y codicia. Lo que una hace una región, lo hace la otra para mejorarla. Tal es esto que como la capital de Líquer es Edea, los trajelienses nombraron a una ciudad en la Costa de la Reina como Etea. La única verdad es que en la Corte de ambos reinos predomina el ansia de poder, la superación, la testarudez y el orgullo, entre otras cosas.
Las tres mujeres se bajaron ante el gran portón del palacio de Brenel. Allí las esperaba Juan.
-Muy buenos días altezas reales- indicó el tío del príncipe haciendo una reverencia.- Sean bienvenidas al reino de Brenel.- El día era soleado para ser noviembre. Había una temperatura agradable.
-Vos debéis ser el hermano de la difunta reina Anatilde, ¿me equivoco?- preguntó la Gran Diana. Era una mujer alta, rubia, de cuarenta y dos años, y bastante hermosa. Había enviudado quince años atrás, tiempo que llevaba como reina. Su nariz era prominente y reconocible allí donde fuera nombrada.
-No os equivocáis mi señora, soy Juan de Brenel, hermano de Anatilde y tío del príncipe Alberto.- Contestó nervioso Juan. Las dos hijas lo miraban impacientes esperando a que las dejaran entrar.
-Bien, el príncipe Alberto, el motivo por el que estamos aquí mis hijas y yo. ¿Dónde está el futuro rey?- Se advirtió un ligero aire de superioridad en la voz de Diana. Las vestiduras que llevaban las tres mujeres de alta cuna eran cuidadosamente bordadas. La reina llevaba un vestido verde, ancho y muy largo, con una cola de un metro. Encima portaba un abrigo de piel de oso polar del territorio de Vicra. Era una mujer friolera. Las hijas, llevaban ambas un vestido azul dejando escote y los hombros al descubierto, y un fular del mismo color que les cubría los brazos y el cuello.
Toda la corte llegada de Trájel entró en la ciudad de Brenel, camino del palacio real. Sus caballos, conocidos en todo Dau como los mejores, eran de crines negras y patas fuertes, rápidos y eficaces a la vez que imponentes. Destacaban sobre el resto de caballos de las otras regiones y todo el mundo quería tener un caballo puro de Trájel. La reina entró primero, y sus hijas tras ella. Las tres de caminar glorioso, como practicado para la ocasión. Se hacían respetar, y debían mantener las formas allí donde estuvieran.
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Autor:Miguel García Campos


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