Estaba todo oscuro en la habitación de Andrea. No había dormido desde que su tío las envió a
Jelen y a ella a la cama. Se levantó muy cuidadosa de no hacer ruido y salió al
pasillo. La estancia estaba levemente iluminada por un ojo de buey en lo alto
de uno de los lados del pasillo. Estaba lloviendo y el sonido de las gotas al
caer la protegía de algún pequeño ruido que pudiese despertar a su prima.
Estaba descalza y llevaba una túnica de algodón verde que llegaba por el suelo.
Descendió por las estrechas escaleras al pequeño recibidor. Había algo más de luz
que en el piso superior, Medik había dejado encendida una antorcha en la sala
de al lado y la luz se proyectaba cerca de Andrea. Se acercó hacia ella y la
cogió. Tenía los pensamientos bastante claros, dentro de esa cabeza alargada y
tras esos ojos azules claros había una idea: quería quemar la pollería, y
dentro de ella, a su prima.
Ya lo tenía todo organizado. Primero prendería la zona de la
cocina y salón, después las escaleras por las que se accedía a las alcobas, y por
último la pollería. Todo el recinto prendería al instante por la antigüedad de
la madera y vigas que soportaban la estructura de la casa. Se vendría abajo
enseguida. Dejó la antorcha donde estaba y fue a paso ligero a la parte
trasera, al establo. Estaba algo húmedo. Allí cogió un palo lo suficientemente
resistente para soportar la paja que liaría en torno a él con una cuerda y brea.
El caballo emitió un sonido de sorpresa. Regresó por los pasillos hasta las
escaleras anteriores, se paró y miró hacia arriba. Todo seguía en silencio
menos las gotas de la lluvia. A continuación se metió en la salita de nuevo y
prendió el palo envuelto con la antorcha y lo arrojó al centro de la sala donde
había una mesa. Esperó a que prendiera, en pocos minutos estaría ardiendo esa
mesa y las cuatro sillas de alrededor. Salió con la antorcha en la mano. Estaba
sudando y muy nerviosa. Recorrió el pasillo hasta llegar a la pequeña cocina.
Allí dejó que la antorcha hiciera su trabajo unos segundos sobre algunos
rastrojos que sacó de la chimenea y puso sobre una encimera bastante vieja.
Prendió casi al instante. Colocó una silla de madera y mimbre encima. Salió al
minuto, pero se dio la vuelta y miró de nuevo esa cocina en la que tanto había
estado. Cuando vio el vano de la puerta de la salita anterior ya salía humo,
debía darse prisa. Ahora tocaba prender las escaleras casi rotas. Cuando lo
hizo dio la vuelta y fue hacia la pollería por la parte de atrás. Escuchó a su
tío Medik hablando con una mujer joven a lo lejos, pero nadie la vio. Estaba
lloviendo y la antorcha apagándose, así que aligeró el paso y llegó a la puerta
de la pollería. Estaba cerrada, lo había olvidado, podía haber entrado por la
puerta que la comunicaba con su casa. Reaccionó, la antorcha seguía apagándose.
Se apagó. Ya no podía hacer otra cosa que esperar. Corrió hacia dentro, ya
habían pasado unos minutos y el humo se acumulaba. Cerró la puerta de acceso a
la casa por dentro y esperó. Comenzaba a inhalar humo. Miró a las escaleras, no
podía subir, el fuego las convirtió en cenizas y este ya se había expandido por
los comienzos del pasillo de arriba. Jelen parecía seguir durmiendo. Andrea
esperó un poco más hasta lo que pudo, miró de nuevo a su alrededor, la salita
estaba casi consumida, las paredes de la cocina ardían y ya llegaban al techo,
comunicándose con los suelos del piso superior. Casi no podía respirar. Cerró
los ojos, empezó a gritar y a llorar y salió por la puerta.
-¡Socorro!, ¡ayuden a mi hermana!- así se llamaban y las conocía
todo el mundo, pues se habían criado juntas.
Autor:Miguel García Campos