-¿Señor?- llamó la atención a Sid la doncella Beatriz. Su tono era
sugerente.
-Te dije que me llamaras Sid.- Su voz era propia de un borracho.
-¿qué queréis hermosa?- Beatriz se sonrojó y miró a Alba que los observaba
atentamente. No sabía que contestar.
-Mmm..., me, me preguntaba...si, si podía dar una vuelta conmigo
señor.-dijo al fin tartamudeando.
-Bueno, ¿por qué no?-se levantaron ambos y salieron por la puerta
de la posada. Hacía frío, mucho frío.
Dentro, en el salón de la
taberna se quedaron un poco asombrados, pero en un breve instante se quedaron
dormidos Miguel y Alba. Alberto los observaba, no estaba tan borracho, pero
tenía sueño.
-Se acabó-pensaba. Se levantó de su asiento y cogió a la joven
Alba tendida en el suelo más dormida que un lirón. La joven no se inmutó. El
joven príncipe de Brenel ascendió por las escaleras de la taberna sin hacer
ruido alguno, bastante seguro de sí mismo, con la chica en brazos. Se metieron
en su alcoba.
-Ha llegado mi momento- le susurraba al oído de ella. La chica no
se despertaba, estaba tendida en la cama, como un ser inerte. El príncipe le
desató la parte del pecho, descubrió los senos de la tela, y los palpó,
blancos. Al noble se le hizo la boca agua y al momento se emocionó por lo que
allí estaba pasando. Se bajó el pantalón nervioso. Alba seguía sin mover un
pelo. Prosiguió con el desnudo de la doncella, le quitó todo y la metió bajo
las pieles de la cama. Él hizo lo mismo. Al momento comenzó lo que esperaba, la
penetró. Tras unos pocos minutos la joven consiguió despertar, envuelta en esa
oleada de placer continuo. No gritó, no movió un dedo. Se quedó quieta, aún
ebria y degustando lo que aquella noche le estaba ofreciendo. Estaba disfrutando.
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Autor:Miguel García Campos