Medik salió y cerró la puerta. La calle estaba en penumbra pero se
podía ver perfectamente quién y qué había en ella. Bajó los escalones de la
puerta con pesadumbre y recorrió la calle hacia la izquierda. La ciudad estaba
construida en un plano radio-céntrico y todas las calles eran circulares u
ovaladas, no había ni una sola recta. Su casa estaba situada en la parte alta,
al oeste de Enclave del Norte. Conforme avanzaba por la ruta pensaba en sí y en
su hija y sobrina, no sabía que sería de ellas, el negocio iba de mal en peor.
"No puedo más", se decía una y otra vez, incluso llegó a veces a
pensar en quitarse la vida. No tenía mujer, empobrecían y él se arruinaba. Pasó
de largo la casa de Verena, una mujer con pensamientos muy antiguos que no
salía apenas de su casa y que todo el mundo la acusaba de bruja.
Medik levantó la cabeza y miró a su derecha, el imponente templo
de la diosa Merla estaba abierto. Miró a su izquierda, la calle del burdel
estaba llena de luces y prostitutas sugerentes. Miró al cielo, empezó a llover.
En un breve instante estaba corriendo sin pensarlo hacia el burdel. Se chocó
con Margaret.
-¡Lo siento, Medik!- se disculpó la joven prostituta.
-Tranquila, venía corriendo y no te vi.
-Bueno, yo tampoco me di cuenta. ¿Por qué venías al burdel?-
preguntó muy curiosa.- Nunca te he visto aquí.- se le notaba preocupada. Medik
cambió de tema al instante:
-Vámonos a donde nos resguardemos, si no, enfermaremos.- contestó.
Ambos fueron a las puertas del templo de la diosa de la salud.
Medik quería entrar, pero Margaret se negó.
-Tengo que irme, la señora me espera.- dijo Margaret nerviosa.
-Señorita.- corrigió Medik.
-Sí, eso mismo.- Y salió corriendo unos metros. Al instante se
paró, miró atrás y regresó con Medik. -¿Quieres... ,quieres que pase la noche
contigo?- sugirió la tímida e inexperta joven. Ella no quería hacerlo. Se bajó
un lado del hombro y mostró un pecho al pollero llorando. Medik la miró con
pena y tristeza. No podía ver a una mujer desnuda, no a otra que no fuera la
madre de Jelen, y Margaret era como una hija.
-Vete anda.- dijo al fin. Vio alejarse a la joven y añadió a
voces: -¿Cómo está tu hijo?- Margaret no lo escuchó, continuó corriendo bajo la
lluvia hacia aquel burdel.
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Autor:Miguel García Campos
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