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lunes, 12 de noviembre de 2012

Parte X de mi novela.


Llegaron varios nobles más, de mayor y menor poder. El Duque de Líquer, el viejo pariente lejano de Diana llegó en segundo lugar. Este noble era conocido por ser estéril, había tenido un total de ocho mujeres, y a sus cincuenta y seis años no había tenido ni un sólo hijo. Poco más tarde llegaron el rey de las provincias Agunia lord Miguel IV junto a su mujer Valdrada y sus dos hijos menores. Incluso llegaron desde la lejana isla de Geltis la condesa Celia, su marido y sus hijos Sid y Celia. Pero no asistió nadie más a dicho evento.
Todos los invitados fueron citados por cartas de puño y letra de Alberto. En las cuales escribía:

Señores y señoras de los reinos de Urtres, Trájel, Líquer, Agunia, Geltis, Rean y Antares.
Con motivo del reciente fallecimiento de los reyes Alberto III y Anatilde, ya elevados allí donde moran los dioses, envío esta carta para que llegue a todo rincón de Dau y dar la nueva de mi esperada coronación.
Es por esto y otros asuntos que se tomarán en dicha celebración, queda escrito en esta carta que el día 7 de Noviembre del año 192 se realizarán los ritos de mi ascenso al poder del reino de Brenel.
Se espera la asistencia de vuestras altezas.
El rey de Brenel, Alberto IV.


Los nobles se reunieron en una sala paralela a la Gran Sala del palacio de Brenel. Aquella que había sido testigo de la muerte de la reina Anatilde. En la nueva sala, se podían apreciar los rostros en los retratos de los que habían sido reyes y reinas y demás personalidades del reino de Brenel. Los marcos, de un blanco reluciente, como el resto del palacio. La familia real amaba el blanco. Representaba la pureza y lo exponían allí donde pudieran. Es por eso que el blanco predomina en todo el castillo, aparte de que llevaba luz donde estuviera. Los muros de la sala, reforzados con una pilastra cada tres metros, de una altura casi excesiva, elevaban el entorno que hacía que el que entrara en aquel lugar, el más alto del palacio, mirara hacia arriba inevitablemente y abriera la boca. El techo era una enorme bóveda apuntada, blanca, como el resto del espacio. De ella colgaba una lámpara semejante a la de la Gran Sala. Abajo, en la estancia desde donde los nobles observaban la gran habitación, destacaba una gran mesa de madera que curvaba y formaba un círculo. En el centro de dicho círculo, en el cual se generaba un espacio vacío, tocaba un bardo una melodía que relataba los acontecimientos que iban a ocurrir de ahí en breve. Los nobles en pie, esperaban al heredero a la Corona de Brenel impacientes. Todos lucían lujosos trajes, vestidos y capas. Valdrada de Agunia no paraba de mirarse con Diana de Trájel, en cuyas miradas se podía observar enfrentamiento, e incluso envidia, una muestra más del carácter de la monarca trajeliense. Ya era la noche del 7 de noviembre, y al día siguiente sería el gran día, el momento de la coronación. El heredero de la Corona de Agunia apareció de repente rompiendo la tensión de la sala.
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Autor:Miguel García Campos


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