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martes, 13 de noviembre de 2012

Parte XI de mi novela.


-Buenas noches señores- saludó. -Y señoras.- añadió mirando a las jóvenes hermanas de su misma edad, las princesas Marina y Gwen. Diana se colocó entre las miradas de ambos.
-Buenas noches joven Miguel, veo que llegáis a destiempo que el resto de vuestra familia.- apremió Diana a tiempo, en medio de las miradas. Y desvió su vista a Valdrada de nuevo.
-Sí Diana, verdaderamente no hemos tenido tiempo de hablar tranquilamente, y mi hijo ha tenido que retrasar su llegada a Ciudad de Brenel por algunos motivos.- Contestó el padre del joven, el rey de Agunia Miguel IV.-Pero ya está aquí el heredero de mi trono.- rió, abrazó a su hijo y lo llevó consigo junto al resto de su familia. El joven Miguel llegó exhausto ya que no hizo ninguna parada desde aquel percance, o afortunado encuentro, según desde dónde se mire, hasta ahora.
El heredero Alberto aún no llegaba, así que los monarcas y señores se sentaron en sus respectivos sitios rodeando la distinguida mesa. En el centro de dicha mesa, no en el interior, se encontraba el asiento del futuro rey, destacado sobre el resto. A la derecha de dicho asiento se encontraba el tío del príncipe, el consejero Juan. A la derecha de este, la familia de la condesa Celia de la isla de Geltis hablaba abiertamente. Procedentes de la capital de dicha ínsula, Tella. Allí vivían en un palacio de entorno costero y con ambiente salubre. Los componentes de esta familia de carácter rudo y simpático acompañantes de la condesa eran su marido, Lurd, y sus hijos Sid y Celia de diecisiete y trece años respectivamente. Sid era un joven viajero al que le gustaba ir libre de aquí para allá. Destacable entre su familia por su afán soñador e imaginativo, y por librar numerosas discusiones con sus propios padres sobre estos temas. Tenía una concepción del mundo diferente al resto de personas de su reino. Este fue el motivo por el cual ama tanto la navegación y el conocimiento de nuevas tierras y sitios desconocidos por él. A la izquierda del trono se sentaba la princesa Gwen de Trájel, casi una mujer hecha y derecha. Su pelo era castaño oscuro. Su cara redondeada formando un rostro agradable a la vista y de un atractivo heredado de su madre. Su hermana Marina, por otra parte, tenía los cabellos rubios casi cobrizos. Era algo más alta que Gwen y era mayor que ella por tan sólo cuatro minutos. Las diferencias entre ambas podían verse por ejemplo en la nariz. Marina tenía la de su madre, prominente, y Gwen la de su difunto padre. Ambas estaban sentadas al rededor de la reina Diana, que miraba y charlaba girando la cabeza de una parte a otra de la mesa. Marina había sido prometida con el príncipe Miguel de Agunia, cosa que a él al menos no le parecía correcto. Miguel siempre había sido partidario a la libertad de elección en ese campo. Pero ellos dos llevaban comprometidos desde que nacieron.
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Autor:Miguel García Campos

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