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viernes, 9 de noviembre de 2012

Parte VII de mi novela.


-¡Madre!- gritó su hijo Alberto corriendo hacia la mujer que le dio la vida. -¿Por qué madre?, ¿por qué?-
Anatilde lo miraba dulce y tristemente, era su niño, su único hijo y sabía que era el futuro rey de Brenel. 
-Alberto, hijo, venid aquí- contestó Anatilde con la voz más triste y dulce que se pudiera oír. El joven se recostó sobre el regazo de la madre.- Ya os habéis enterado, no pude decíroslo porque no podía hablar..., quería mucho a vuestro padre como ya sabéis...- la reina comenzó a acariciarle los cabellos oscuros a su hijo. Ahora Alberto notó la voz de su madre extraña y sospechosa. Recostado en el regazo de la reina, levantó la vista y miró a su madre a los ojos. Estaba vieja de repente, parecía arrepentida y asustada.
-¿Qué os pasa madre?- preguntó el príncipe.- Os noto verdaderamente rara, habéis envejecido mucho de golpe.-
-Hijo...-y tras una larga pausa, la reina al fin habló: -Eres el nuevo rey de Brenel.- Se puso en pie. -Ahora el reino es tuyo- La reina comenzó a caminar hacia el centro del Gran Salón. Su hijo no le perdía la mirada, continuó caminando. Alberto seguía junto al trono y su madre casi había alcanzado el centro de la sala. Entonces se paró allí, se dio la vuelta, miró a su hijo de ojos azules como ella, el ser de sus entrañas que iba a cumplir diecisiete años. Miró al techo, y regresó la mirada a su hijo.- Ahora gobernarás y el mundo será tuyo.- La voz de la reina estaba débil. -Dau entero, y todos sus reinos serán solo uno y te pertenecerán a ti...- Ya casi no se oía.-Ahora ve y busca la...- Se cortó la voz de la reina. Expiró.
Alberto corrió hacia su madre ahora tendida en el suelo de la sala, en el centro.  Bajo ellos estaba dibujado el mapa de Dau, con todos los reinos y regiones. Miró a su madre, incrédulo. Había quedado huérfano, y sería coronado rey de Brenel muy pronto, miró el mapa dibujado en el suelo y distinguió una marca al norte de Brenel, en el poblado de Selga. Se olvidó de eso y volvió a mirar a su madre. Salía de su boca espuma blanca. Había tomado algo envenenado. Comenzó a llorar, se desesperó. Y al fin, gritó.
Acudieron al instante las doncellas de la reina. Una de ellas, Alba, la incorporó y mandó a la otra, Beatriz, a por agua.
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Autor:Miguel García Campos

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