-¿Qué significa esto Donna?- preguntó Miguel. -Lucas,
quédate aquí.- Miguel se levantó dispuesto a coger a la joven y llevarla hasta
el hombre del suelo. Pero Donna se estaba subiendo al caballo de Lucas. -¡Ven
aquí maldita!- Gritaba Miguel mientras la joven huía. El joven señor se subió a
su équido y corrió tras la pista de la chica. Tras mucha carrera, Miguel optó
por chiflarle al purasangre gris que llevaba a Donna. Este paró en seco. La
joven, desesperada se bajó del caballo y salió corriendo hacia otra dirección.
Miguel ya casi la había alcanzado cuando su caballo tropezó con un tronco del
suelo. Miguel cayó y se levantó rápidamente lleno de hojas, ramas y algo de
barro. No montó en su caballo, se quitó su capa azul y la tiró al suelo
mientras seguía corriendo tras Donna. Estaba a escasos cuatro metros de ella,
pero la joven corría bastante, incluso en el estado que estaba. Dando un
impulso, el joven se puso a la altura de Donna, se lanzó a por ella. La alcanzó
agarrando con sus manos la cintura de ella. Ambos cayeron al suelo. Uno encima
de otro. La chica se resistía, pero no pudo librarse del joven señor. Miguel le
dio la vuelta, cara a cara. Los dos se quedaron mirando mutuamente. Ella pudo
ver en él sus ojos verdes y marrones, con toques grisáceos que los salpicaban.
Eran grandes y le causaron durante ese breve momento de pausa, una
reconfortante tranquilidad. Sabía que podía confiar en él. Veía en el joven un
aire de bondad y rectitud que antes no había visto. Su presencia era altamente
agradable. Y no era feo. Él, por otra parte observó a la joven de arriba a
abajo. Donna tenía diecisiete años, al igual que Miguel. Ella era de una
estatura alta, pero un poco más baja que la del señor. Era muy hermosa. Sus
ojos verdes hacían que Miguel se quedara prendado en la profundidad de su
mirada. Su nariz estaba perfectamente modelada. Su cara suave. Y su cuerpo con
unas curvas excelentes. Le quitaba la respiración al muchacho. A Miguel le
gustó de veras Donna, sobretodo su pelo castaño y largo que le llegaba por la
cintura. Ambos estuvieron casi medio minuto mirándose, quietos, mirando el alma
del otro. Entonces se escucharon voces de Lucas a lo lejos. Miguel, jadeando aún cansado cogió una cuerda que
llevaba atada al cinto y le ató las manos a la espalda. Después hizo lo mismo
con sus pies, y se la echó al hombro. Donna hablaba y se quejaba constantemente,
pero pensaba en lo que acababa de pasar. Algo había cambiado dentro de ella,
algo que nunca había sentido. Miguel llegó al claro junto a Lucas, Donna, y el
hombre del suelo que seguía medio muerto.
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Autor:Miguel García Campos
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