-Valdrada, ¿cómo estáis?- preguntó Diana dirigiéndose a su izquierda,
junto a su hija Marina. La reina de Agunia levantó la mirada que la distraía en
un cuenco que estaba enfrente suya.
-Bien, Diana, estoy bien.- Valdrada la miró a los ojos color
chocolate.-¿Y vos, estáis bien?- El tono de Valdrada se notaba superior a la
otra reina. No podía ser menos que ella. La reina de Agunia era algo más joven
que Diana. De hecho aparentaba menos de los años que tenía. Era un poco
picajosa.
-Sí querida, estoy bastante bien la verdad.-cogió su copa del vino
dulce y se la llevó a los labios, estirando el dedo meñique. Remarcando su
orgullo y su personalidad.-¿Cuál creéis vos que puede ser el motivo por el que
Alberto nos haya convocado a todo un regimiento de sangre noble a esta
ciudad?.- soltó la copa de la que bebió y miró hacia el frente, a la otra punta
de la mesa. Allí distinguió a su pariente lejano, el duque Bled de Líquer que la miraba sin
parpadear. Cuando sus miradas se cruzaron, se esquivaron mutuamente. Valdrada
respondió:
-El príncipe es joven, y desea más que nada convertirse en el
nuevo rey. Es el sueño de cualquier muchacho de su edad.- Diana la observaba
con aire envidioso, y Valdrada a su vez con aire compasivo. Diana llevaba
quince años sin hombre alguno en su vida. Y ella estaba casada felizmente.
-No creo que nos haya hecho venir para una mera coronación. No
digo que no sea importante, pero no pienso que sea motivo suficiente.- dijo al
fin Diana.- Sospecho que hay algo más que quiere decirnos. Algo importante.- En
ese momento Marina miró de refilón a su prometido que no advirtió la mirada.
Todo quedó interrumpido por la llegada del príncipe Alberto.
Llevaba unas calzas blancas con una franja gris a cada lado
exterior del muslo. En la parte superior llevaba una camisa blanca con bordados
plateados que hacían presencia en toda la sala. El príncipe portaba una capa
larga y elegante de color blanco pálido y bordada en los filos al igual que la
camisa. En la cabeza llevaba una especie de corona de plata. Aún no era rey, y
no quería importunar a sus invitados con la verdadera corona, pensarían mal. En
cuanto pasó por el arco de la gran puerta que separaba el pasillo de la sala se
paró en seco, mirando a las personalidades que habían asistido. Las oteó una
por una. Tras una brevísima pausa, se dirigió hasta su trono y se sentó.
-Lamento mucho el retraso damas y caballeros. He tenido que
retrasarme por algunos asuntos relacionados con la muerte de mi madre.- Todos
miraban a Alberto muy atentos. Nadie se había preguntado el porqué de esa
repentina muerte.-La verdad es que ingirió un veneno que aún están investigando
mis consejeros y varios expertos.- Ahora los nobles y demás personas de la sala
no parpadeaban.
-¡Por
los dioses!- exclamó Valdrada, y seguidamente se oyó un murmullo en toda la
sala, que fue creciendo gradualmente.
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Autor:Miguel García Campos
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