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miércoles, 14 de noviembre de 2012

Parte XII de mi novela.


-Valdrada, ¿cómo estáis?- preguntó Diana dirigiéndose a su izquierda, junto a su hija Marina. La reina de Agunia levantó la mirada que la distraía en un cuenco que estaba enfrente suya.
-Bien, Diana, estoy bien.- Valdrada la miró a los ojos color chocolate.-¿Y vos, estáis bien?- El tono de Valdrada se notaba superior a la otra reina. No podía ser menos que ella. La reina de Agunia era algo más joven que Diana. De hecho aparentaba menos de los años que tenía. Era un poco picajosa.
-Sí querida, estoy bastante bien la verdad.-cogió su copa del vino dulce y se la llevó a los labios, estirando el dedo meñique. Remarcando su orgullo y su personalidad.-¿Cuál creéis vos que puede ser el motivo por el que Alberto nos haya convocado a todo un regimiento de sangre noble a esta ciudad?.- soltó la copa de la que bebió y miró hacia el frente, a la otra punta de la mesa. Allí distinguió a su pariente lejano, el  duque Bled de Líquer que la miraba sin parpadear. Cuando sus miradas se cruzaron, se esquivaron mutuamente. Valdrada respondió:
-El príncipe es joven, y desea más que nada convertirse en el nuevo rey. Es el sueño de cualquier muchacho de su edad.- Diana la observaba con aire envidioso, y Valdrada a su vez con aire compasivo. Diana llevaba quince años sin hombre alguno en su vida. Y ella estaba casada felizmente.
-No creo que nos haya hecho venir para una mera coronación. No digo que no sea importante, pero no pienso que sea motivo suficiente.- dijo al fin Diana.- Sospecho que hay algo más que quiere decirnos. Algo importante.- En ese momento Marina miró de refilón a su prometido que no advirtió la mirada. Todo quedó interrumpido por la llegada del príncipe Alberto.
Llevaba unas calzas blancas con una franja gris a cada lado exterior del muslo. En la parte superior llevaba una camisa blanca con bordados plateados que hacían presencia en toda la sala. El príncipe portaba una capa larga y elegante de color blanco pálido y bordada en los filos al igual que la camisa. En la cabeza llevaba una especie de corona de plata. Aún no era rey, y no quería importunar a sus invitados con la verdadera corona, pensarían mal. En cuanto pasó por el arco de la gran puerta que separaba el pasillo de la sala se paró en seco, mirando a las personalidades que habían asistido. Las oteó una por una. Tras una brevísima pausa, se dirigió hasta su trono y se sentó.
-Lamento mucho el retraso damas y caballeros. He tenido que retrasarme por algunos asuntos relacionados con la muerte de mi madre.- Todos miraban a Alberto muy atentos. Nadie se había preguntado el porqué de esa repentina muerte.-La verdad es que ingirió un veneno que aún están investigando mis consejeros y varios expertos.- Ahora los nobles y demás personas de la sala no parpadeaban.
-¡Por los dioses!- exclamó Valdrada, y seguidamente se oyó un murmullo en toda la sala, que fue creciendo gradualmente.
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Autor:Miguel García Campos


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